lunes, 10 de junio de 2013

Capítulo III - Cocorí Encuentra una canción



COCORÍ ENCUENTRA UNA CANCIÓN
Una vez los dos a solas, Cocorí sacó el arroz del coco y el Titít se lo comió todo en la palma de su mano. Y cuando el monillo terminó su festín, con los ojos húmedos de agradecimiento, volvió hacia su salvador una cara toda embadurnada. Saltó a su hombro y pronto los dos reanudaron su marcha por la selva.
A un lado y otro, asustadizos con el ruido de sus pasos, pájaros gigantescos con largas colas multicolores levantaron el vuelo graznando. Desde la copa de los árboles se desbordaban hasta el suelo los enredaderas y, entre todas, se imponía la "lluvia de oro", que derramaba su catarata de miel rubia con los rayos del sol.
A Costa Rica lo hacía feliz imaginarse la excitación que brillará en los ojos de la niña cuando lo viera llegar con el mono el mono. Él le enseñaría a darle de comer en la mano para que lo acostumbrara a su lado y no la abandonara nunca.
Todo le parecía amable y hermoso. En el mismo suelo ya no divisaba la nata verde de los pantanos ni las raíces retorcidas que tanto disgusto le habían producido la primera vez. Sólo veía los hongos multicolores: unos, enromes, con la cabezota llena de pintas verdes y rojas; otros, esponjados como un abanico, y los más diminutos, escondidos entre las raíces, con sus boinas de color púrpura humedecidas por el rocío.
El mono correteaba por las ramas multiplicando sus picardías; tironeaba las colas de las ardillas y tiraba piedras en las bocazas abiertas de los sapos:
-Croá, croá
y las pagarás.
le gritaban éstos furiosos, amenazándolo con el puño.
Al poco rato cruzando el río, y en el bosque de bambúes se encontraron al Negro Cantor, que estaba cortando una caña para construir una flauta nueva. Era amigo de todos y todos lo querían. Cuando alguien tenía un dolor de cabeza de enloquecer, en seguida solicitaba:
- Llamen al Negro Cantor.
Y éste venía con su flauta, y de sus cañas brotaba un torrente de melodías suavísimas que aliviaban el dolor más agudo.
Pero esto era lo único que hacía: cantar. Subido en las rocas, a horcajadas en una rama mecida por el viento, o bien tumbado de espaldas entre las yerbas, tocaba su flauta y cantaba.
Sólo mamá Drusila decía que era un vagabundo.
-¿Por qué no trabajas? - le increpaba burlona.


- Estoy trabajando - respondía el Cantor, y se recostaba plácido sobre la arena, a contemplar las estrellas.
Al ver a Cocorí, le preguntó:
- ¿De dónde vienes tan alegre?
Este lo contestó con apresuramiento, sofocado por la alegría:
- Vengo de la selva.
- ¡Uyuyuy¡ ¿Y no te da miedo, Cocorí?
- Sí, mis sustos pasé, pero la niña me pidió que le consiguiera un monito y aquí se lo traigo. -  Volvió los ojos para buscar a su compañero, pero no lo encontró. El Tití, encaramado en la rama más alta, miraba al Negro Cantor con recelo.
El Negro sacó su flauta y comenzó a arrancarle un lamento suave, que fue creciendo y multiplicándose entre la arboleda. Pronto una multitud de pájaros piaba e su alrededor tratando de imitar la música. Los violines de los gorriones, el orbe del ruiseñor, la lira de los canarios y los gorriones acompañaban la melodía.
El Tití comenzó a descender como atraído por un imán y poco a poco se armó de valor y saltó al hombro del Negro. Con sus dedos trató de curiosear en los huecos de la flauta: brotó un sonido estridente y el concierto de pájaros enmudeció de pronto. El Negro Cantor lanzó una carcajada:
- ¿Este era el amigo que me tenía miedo?
Cocorí intervino para suplicar, esperanzado:
- ¿No me regalaría una canción para la niña?
El negro silbó cuatro notas:
- Cógelas.
- Se las llevó el viento - suspiro Cocorí.
Y otra carcajada resonó, haciendo caer una lluvia de hojas. pero el Cantor se torno grave de pronto. entornó los ojos y Cocorí sintió que su irada le llegaba hasta el fondo de su alma. Entonces, cantó.
- La niña rubia ya viene,
la niña rubia se va,
tienen el cabello de lino,
y la carne de ananá;
pero nos dejó una Rosa
roja a la orilla del mar.
El Tití se echó a reír sin saber de qué, pero a Cocorí se le hizo un nudo en la garganta; se aprendió la canción y, sin dar siquiera las gracias, partió corriendo hacia la playa. No quería demorar más su felicidad.
Pediría al Pescador Viejo que lo llevara con su barca, pasaría a dar un beso a su flor, a hurtadillas de mamá. Drusila, la que lo estaría buscando por todas partes para dar un tirón de orejas, y se embarcaría para entregar sus regalos a la niña: el monito y la canción.
Cruzó en loca carrera los últimos matorrales, llegó al caserío y, después de atravesar los almendros que circundaban la playa, salió a la arena ardiente.
De pronto se detuvo en seco, como herido por un rayo, ¡Todo el inmenso mar estaba vacío! Hizo pantalla con la mano para defenderse del reflejo. ¡Inútil! En toda la enormidad del océano se divisaban las olas jugando unas con otras, incansables.
- Tití, ¿dónde está el barco?
Pero el mono hurgaba con el dedo para sacar un caracol de su concha y no le hizo caso.
Volvió el rostro hacia la selva. Quizás la selva, poseedora de tantos misterios, podría revelarle el secreto del barco perdido. Pero la selva le contesto con la voz incomprensible del viento que pasó bramando con furia por entre le follaje.
Y mientras corría por su piel de chocolate una lágrima enorme, murmuró los versos del negro Cantor:
- La niña rubia ya viene,
la niña rubia se va...
¡Oh, pero entonces el Cantor ya lo sabía todo! Cocorí sintió que se abrasaba en cólera. ¡Cómo no le había avisado a tiempo! El hubiera corrido como el más rápido de los gamos saltarines para alcanzar a verla por última vez.
Sus labios siguieron solos recitando los versos:
- Tiene el cabello de lino
y la carne de ananá...
La miró de nuevo - linda como los, lirios de agua - en su imaginación. ¡Por lo menos, haberle podido entregar el monito! Quizás si bogara sin descanso durante muchos días y muchas noches en la lancha del Pecador podría alcanzarla... Pero no; el bote era tan viejo como su dueño y el barco en cambio corría bufando como el huracán. El dolor nublaba sus ojos.
- Pero nos dejó una rosa
roja a la orilla del mar.
¡De veras!, ¡todavía tenía la Rosa! Hecha aroma y color, la niña lo esperaba en el rancho de mamá Drusila.
Corrió como un ventarrón. Los vecinos, a su paso, le gritaban:
- Cocorí, tu mamá te anda buscando.
- Lo va a pasar muy mal.
- ¿Qué, te picaron los tábanos?
pero Cocorí no les escuchaba. Como un alud entró en su casa, derramó la tinaja de leche, tropezó con una silla, dejó prendido un jirón de su blusa en su clavo y llegó a su cuarto.
Al principio no comprendió lo que sucedía.
¡El corazón le dio un vuelvo! Se restregó los ojos con los puños cerrados y miró de nuevo. No se podía acostumbrar a la penumbra del cuarto.
- No puede ser, es el sol que me tiene encandilado.
Se precipitó a abrir la ventana y volvió a mirar.
Esta vez sintió que le mundo se desplomaba sobre su cabeza.
En el vaso en que había dejado su flor, sólo había una rama seca, y en el suelo, alrededor, una lluvia de pétalos muertos.




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