lunes, 10 de junio de 2013

Capitulo VIII - El peligro en los ärboles



EL PELIGRO ONDULA EN LOS ÁRBOLES
El Pájaro se despidió cariñosamente y se dirigió a continuar prestando sus servicios de dentista al caimán.
La selva continuó abriéndose ante nuestros tres amigos. Por todas partes descubrían pavorosos secretos. Escorpiones que retorcían sus tenazas y corrían a esconderse debajo de las piedras, gusanos venenosos arrastrando sus emer por las ramas y, entre las raíces, el rayonazo verde de las lagartijas.
Tomaron del agua recogida en los cálices de las flores, porque en los charcos se cubría de una nata verde de légamo. Sólo alegaban los sentidos los quetzales con la cataratas multicolores de sus colas y la sinfonía de los pájaros que piaban en las copas.
Pero la prudencia de doña Modorra, la agilidad del Tití y la decisión del Negrito les fueron allanando el camino. Aunque no escasearon las aventuras.
En la tarde descubrieron un panal de miel. Las avispas zumbadoras habían hecho su casa en un tronco ahuecado por el rayo y un hilo rubio goteaba hasta el suelo.
-¡Qué rica miel! - comenzó goloso el Tití, y luego rato estuvo con la lengua estirada, recogiendo el chorrillo delicioso.
Siguieron adelante hasta que descubrieron la ausencia del monito.
-Qué diablura estará haciendo ahora - comentó la Tortuga.
-Yo lo vi devolverse - apuntó Cocorí -,  como si hubiera olvidado algo.
Y siguieron el camino sin preocuparse más, porque el mono siempre les daba alcance.
Pero un ruido lejano que crecía por momentos los hizo detenerse. ¿Qué sería aquello? Un chillido que cortó la selva les pareció familiar.
¡Y ahí va el Tití como una exhalación, saltando, con los ojos desorbitados y las manos en la cabeza! Un vendaval del avispas lo rodeaba con su zumbido atronador.
Doña Modorra y Cocorí comprendieron el triste percance de su goloso amigo y oyeron el chapoteo cuando se lanzó de cabeza en una poza.
-¡Splashssh!
Merecido se lo tiene, la codicia rompe el saco - comentó la Tortuga.
Y cuando más tarde se les reunió, traía una cara tan divertida, toda mofletuda con las picaduras, que se tentaron de risa y desistieron de regañarlo. Seguro que no olvidarán con facilidad la lección.
La selva se fue haciendo más y más impenetrable. Llegó un momento en que dejaron de escuchar los cantos de los pájaros que los habían acompañado todo el camino.
-Estamos llegando - dijo la Tortuga, y un temblor le quebró la voz a su pesar.
-¿De veras? ¿Y cómo lo sabe? - preguntó Cocorí.
-Porque en estas tierras no se aventuran los pájaros.
-Pero si los pájaros vuelan, ¿cómo pueden temerles a las culebras, que con dificultad se arrastran por el suelo?
-Porque la culebra los mira fijamente con sus ojos de vidrio acuoso y los comienza a atraer.
Y la Tortuga explicó a sus asombrados amigos que los pájaros, ante esa mirada hipnotizante, sienten que las alas se les paralizan y comienzan a acercarse como sonámbulos. La culebra no hace otra cosa que mirarlo, vibrando su lengua viperina entre las fauces. El pájaro salta de rama en rama, siempre acercándose, sin poder apartar la vista, hasta que se va de bruces en la bocaza abierta.
-Por eso , por si acaso - terminó sentenciosamente doña Modorra -, lo mejor es no mirarlas de frente.
Me está dando miedo - dijo Cocorí, a quien los dientes ya castañeteaban como un matraca.
Los árboles, vacíos del canto de los pájaros, mecían sus ramas emitiendo lúgubres sonidos con el viento.
-Chiss, chass, chiss, chass - gemía el penachón de una palmera deshabilitada. Y el clamor de los grillos había ido creciendo y era ya casi intolerable.
-No, no tengas miedo - dijo la Tortuga, tranquilizándolo -. Hay un sortilegio contra las culebras. Vamos a aprenderlo todos y lo diremos con gran fervor. Hay que poner toda el alma al decirlo para que surta efecto. Entonces no correremos ningún peligro.
El Tití tenía un gesto de pánico que daba lástima; los ojos se le habían hundido, la nariz perfilada y, bien sujeto de los pantalones de Cocorí, miraba temerosos a uno y otro lado.
Doña Modorra recitó lentamente:
-La culebra me quiere comer,
Talamanca la Bocaracá
¿sucurú, curutá!
¿Crótalo, que no me coma,
y la culebra se va!
La selva se fue haciendo todavía más obscura. En esos contornos ya no llegaba el suelo ni un solo rayo de sol. La tierra, pantanosa, ofrecía grandes dificultades a doña Modorra, que a cada rato se atascaba.
- Vamos. Tití, un esfuerzo.
-Una, dos...
-¡Ya! ¡Jum!
Y pujaban con todas sus fuerzas para ayudarla a despegarse.
¡El Negrito se estremeció! La mano se le quedó paralizada agarrando algo frío que crujía entre sus dedos. Volvió a mirar, revolcando los ojos en las órbitas con el espanto de ir a encontrase con una víbora en el extremo del brazo y vio un cilindro transparente y calcáreo.
-No te asustes tanto; es la piel que las víboras mudan dos veces al año - explicó la Tortuga.
Y el color volvió a las mejillas de Cocorí, que se había puesto ceniciento con la palidez.
Ahora fue el monito el que dio un alarido. Al saltar de una rama a otra saber su cabeza, el verde resorte de una cascabel le había hecho cosquillas en la nuca.
En la obscuridad se divisaron numerosos animalillos }fosforescentes. Las luciérnagas prendían sus dos faroles amarillentos y en la cola del cocuyo brillaba una luz azul dibujando espirales por el aire.

Comenzaron a menudear las víboras, Enredadas en racimos o arrastrándose gordas, abrazadas a las ramas con sus anillos.
El Tití no cesaba de repetir, con la lengua suelta como un trago:
-Sucurú, sucurú, sucurú, sucurú...
Y no terminaban nunca de decirlo, trastrocándolo todo.
Pasaron un riachuelo y, por un enorme tronco inclinado, vieron arrastrarse majestuosa, luciendo su piel jaspeada, la culebra más grande que hasta entonces habían visto.  Durante un largo rato desfilaron sus anillos: delgada en la cabeza, se engordó monstruosamente en la panza y volvió a aguzarse al final en tintineantes cascabeles.
-Triquitrac, triquitric - fue el ruido de castañuelas que quedó en el aire.
A Cocorí se le fue el estómago a la garganta:
-Talaaamaaanca, dooooña Modorraaaa. Talamancaaa, la Bocaraaaracá.
-No, cómo se te ocurre - le corrigió la Tortuga, que a causa de tanto contratiempo estaba más filosófica que nunca -. Si ésa es una cualquiera. Es doña Crótalos. !Ya verán cuando veamos a Talamanca!
Y las imaginaciones del monito y Cocorí se poblaron de tinieblas más densas que la selva que cruzaban.







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