lunes, 10 de junio de 2013

Capítulo IX - Talamanca La Bocaracá




TALAMANCA LA BOCARACÁ
Las hierbas comenzaron a ralear. la tierra aparecía más descarnada entre los troncos a que se alzaban mudos de pájaros sobre el suelo arrasado. En la tierra reseca, sin la alfombra de verdura, la pisadas repercutían en el silencio impresionantes:
-Toc, toc, toc.
Al Tití ya no le parecía suficiente el conjunto y enredaba los dedos en signos cabalísticos. Si salía con vida de esto, no volvería a alejarse de sus cocoteros.
- ¿Por qué tanta desolación? - preguntó Cocorí, que ya no respiraba de nerviosidad.
-Nos acercamos - susurró doña Modorra, y ante el gesto interrogante del Negrito, prosiguió -: Donde Talamanca la Bocaracá se arrastra por la selva la yerba no crece más. Por eso, cerca de su nidal todo es devastación y ruina.
De improviso la selva se abrió en un claro enorme; sin una sola brizna de yerba, sin un solo matorral, ni siquiera un arbusto. En una superficie gigantesca, pelada y árida reposaba Talamanca la Bocaracá.
Los tres amigos se detuvieron amparados detrás del último árbol que avanzaba como un centinela en el claro donde Talamanca tenía su cubil. Desde allí la contemplaron en silencio.
-Es más gruesa que el tronco de un roble - articuló por fin el Negrito.
- Chist, chist - lo hizo calla el Tití, desesperado de que pudieran delatarse.
-Es como el río que ondula por el llano y se pierde en la lejanía - repitió Cocorí, hipnotizado.
El Tití se tiró al suelo y escondió la cabeza entre sus largos brazos, que la anudaron el cuello. ¡Qué imprudente! Con un coletazo Talamanca los lanzaría hasta el mar.
Hasta la impasible Tortuga dejaba ver una expresión de estupefacción.
-En todos mis años no he visto nada igual.
Mucho rato estuvieron contemplando el enorme cuerpo zigzagueante del cual no alcanzaban a ver la cabeza perdida en lontananza.
Pero Talamanca no se movía.
El Tití fue sacando la cabeza poco a poco de entre los brazos y, más tranquilizado con la quietud de la serpiente terminó por erguirse junto a Cocorí.
Esperando mucho rato, sin osar aventurarse en el terreno desolado donde no tendrían la escasa protección de los pocos árboles que los rodeaban. ¿Y su Talamanca enojaba? ¡Oh, mejor era no pensar siquiera en eso!
Al fin el miedo de Cocorí se atenuó con la impaciencia
-Pero, ¿qué le pasa a la Bocaracá? - ¿no estará dormida? - sugirió doña Modorra.
Y por asociación de ideas bostezó tanto que casi se safa la quijada, lo que era insólito en una tortuga tan buen educada.
Al amanecer, continuaban allí y decidieron mandar al Tití de explorador. Podría orillar el claro a través de los escasos árboles para contemplar más de cerca la cabezota del monstruo.
-¡No, yo no quiero ir! No tengo ninguna curiosidad de verle la cabeza.
Discutieron mucho rato y por último lo obligaron a empellones. Refunfuñando, se alejó entre los árboles.
-¡Grrr!, sí, claro, como ellos se quedan en lugar seguro.
En la tarde regresó muy agitado. La Tortuga perdió toda su compostura y se abalanzó a preguntarle:
-¿Qué hubo? ¿Duerme? ¿Está haciendo la siesta? ¿Le viste el rostro? ¿Tiene gesto colérico?
El Tití comenzó a darse importancia, hasta que por fin aclaró solemnemente:
-La cabeza de Talamanca reposa dormida. Por la boca abierta le salen dos cuernos.
-¡Ay, dos cuernos!
-¡Una culebra con cuernos!
-Debe ser un dragón.
-Vámonos.
-Corramos.
Pero el Tití había tenido buen cuidado de preguntar ala reina de un hormiguero de los alrededores, la cual le había explicado:
- No son cuernos de Talamanca. es que ayer se comió un toro a la hora de la merienda. Se lo tragó de un solo bocado y, como los cuernos no le cupieron por la boca, le quedaron de fuera.
-¡Qué horroroso!
-Sí-dijo el Tití, tomándose la barbilla - . es algo muy impresionante.
La Tortuga se dio cuenta de que se había excedido en sus transportes d entusiasmo y recuperó su tono. Entrecerró los ojos y trató de recordar sus conocimientos, heredados a través de las pocas generaciones de tortugas que habían corrido tierras desde que el mundo es mundo.
-Ya recuerdo - entonó, catedrático -. Tendremos aquí para rato.
Pero, ¿por qué, doña Modorra? - interrogó Cocorí.
-No se despertará mientras no digiera su almuerzo.
-Oh, bueno, si es sólo una siesta - aclaró doña Modorra.
Cocorí abrió los ojos desesperanzado:
-¿Semanas?
-Y algunas veces hasta meses.
Fue como un balde de agua helada para Cocorí, y otra vez la idea de la siesta contagió a su vieja amiga:
-¡Ah, que sueño teeengo! - dijo desperezándose -.
No nos queda más remedio que esperara.
-¿Y si se despierta?
-NO temas, no hay cuidado - contestó la Tortuga -
Y si tú me permites, yo... voooy... a... dormir... un... - Y, sin terminar la frase, doña Modorra recogió el pescuezo, se encerró en su carapacho y se quedó más dormida que una piedra.
Cocorí le tocó con los nudillos en la espalda:
-¡Tun, tun!
Pero ya la otra estaba en el quinto sueño. Entonces se sintió más desaminado que nunca ahora que sólo tenía por compañero a ese cabeza hueca del Tití.
Pasado un rato, de puro aburridos comenzaron a salir al claro hasta que terminaron por quedar junto a la cola de Talamanca.
Las enormes escamas aparecían gastadas por los años y se le veía la piel algo descarada.
¡Cuantísimas coyundas sacarías el curtidor de ese cuero! - pensó Cocorí.
Bordearon la cola y cuando llegaron a la altura del enorme vientre, el Negrito se detuvo impresionado:
-Qué desgracia no poder plantearle mi problema - comentó con el mono -. Una  persona con un vientre tan majestuoso y un sueño tan satisfecho, tienen que ser muy importante. El Tití tomó confianza y se encaramó en el lomo, continuando su recorrido por arriba. Así llegaron hasta la cabezota, dos cuadras más allá, chata y maligna.
El monillo comenzó hacer cabriolas en uno de los cuernos. Luego le levantó un párpado con gran esfuerzo, pero los ojos en blanco lo terminaron de convencer de que ningún ruido sería capaz de despertarla.
-¡Ni que reventara un trueno junto a sus oídos!
Por fin se bajó deslizándose como por un tobogán.
Llegó la noche, salió el sol, de nuevo aparecieron las estrellas entre los árboles. Cocorí espiaba a doña Modorra a ver si daba señales de vida. Se sentía ya cansado. Recordaba a mamá Drusila, que no sabía de él hacía tantos días , y las lágrimas le corrieron a raudales pensando en el tibio amor de la negra.
Al tercer día doña Modorra comenzó a dar señales de vida. se agitó su caparazón,. Media hora después entreabrió un ojo. Lo cerró de nuevo. Se volvió de costado y abrió el otro ojo. El negrito y el Tití la contemplaban ansiosos. Por fin se desperezó.
-¡Aaaaah, qué pesadilla tuve! Soñé que estaba en los dominios de la Bocaracá. Pero, ¿qué es esto? - la visión del paisaje la volvió a la realidad y, de puro susto, quiso esconderse de nuevo para seguir durmiendo.
-No, doña Modorra, ya no duermes más. Desde el lunes estamos esperándola y mañana es domingo - protestó compungido Cocorí.
-Estamos muy aburridos - agregó el monito.
-¿Cuánto tiempo faltará para que despierte Talamanca?
-Vamos a ver - repuso la Tortuga, y dirigiéndose donde reposaba el vientre de la culebra, tomó varias medidas, calculó, contó con los dedos y al fin dijo -: Por la hinchazón de la panza falta muchísimo. ¿Y si después de esperarnos resulta como don Torcuato? - terminó, ya que desde esa aventura había quedado muy escéptico acerca de la sabiduría de los grandes y algunos prestigioso injustos que reinaban en el bosque.
Cocorí no se resignaba a renunciar a su empresa.
-¿No te gustaría darte un buen baño de mar?, ¿o ir a ver a tu mamá? - preguntó insidiosa la Tortuga, pensando para sus adentros que ya era tiempo de que naciera la nidada de tortuguitas que había dejado empollando al sol.
-Claro que sí - le contestó Cocorí infantilmente.
-Entonces vámonos.
El Tití chilló feliz:
-Sí, sí, vámonos.
En el interior del Negrito se produjo una batalla. ¿Irse, quedarse? Si se iba, ¿quién podría resolverle su pregunta? Talamanca había sido la última esperanza. ¿Qué hacer , ¡ay! qué hacer?.
Se daba  cuenta clara de que sus amigos estaban ansiosos de regresar a si pacífica vida de antes. No podía abusar de ellos. Por fin se declaró vencido:
-Vámonos - aceptó suspirando. Y la tristeza plegó sus alas grises sobre su corazón.



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