lunes, 10 de junio de 2013

Capítulo VIII - Las Abejas Bailan con una Flauta



LAS ABEJAS BAILAN CON UNA FLAUTA
Mientras tanto, en el pueblo, mamá Drusila andaba desesperada. hacía dos días había desaparecido Cocorí sin dejar rastros.
¿Se habría ahogado en el mar? ¿Se habría comido el Tigre Manchado? Estas y muchos otras preguntas fúnebres se hacía la Negra. Por último decidió consultar a sus vecinos.
-Pescador Viejo, ¿tienes alguna idea de adónde pudo haber ido Cocorí?
El Pescador dio una chupada a su cachimba y trató de animarla:
-No te apures, comadre Drusila; deber estar con el Campesino.
Pero fue donde el Campesino y éste le dijo:
-No lo he visto desde hace muchos días. Con ese Tití de los diablos no puede haber ido a ningún sitio recomendable.
Como su último esperanza, Drusila corrió donde el Negro Cantor. Lo buscó primero en las rocas, en los zarzales entre el monte, con un enjambre de abejas revoloteando en torno a sus flauta, que emitía los sonidos más dulces.
-Negro Cantor, ¡has visto a Cocorí? El Negro sacudió la saliva de su flauta, se incorporó sobre un codo y contestó:
Cocorí busca la Rosa,
la Rosa en el viento está,
y con las rosas del viento
nunca se debe soñar.
-No me vengas con majaderías en verso - bramó furioso mamá Drusila, dando pataditas en el suelo -. Dime si has visto a Cocorí, y si no, déjame tranquila... - y la pobre Negra soltó el llanto.
El Cantor le tuvo lástima y se puso serio. Silbó en su flauta tres notas:
-Sol, mi, do.
-Si, fa,re, mi - le contestó un yigüirro.
Y entonces, volviéndose a mamá Drusila, le dije solemnemente:
Cocorí marcha por la selva con dos amigos. Uno de los amigos tienen una enorme joroba jaspeada. El otro... - volvió a silbarle al Yigüirros y, cuando éste le contestó, prosiguió -: el otro se cuelga con la cola de las ramas. Pero ahora, ¡atención! Cocorí se acerca a una culebra.
-La culebra lo quiere comer,
Talamanca la Bocaracá.
¡Sucurú, sucurú,
sucurú, sucurú,!
¡Crótalo, que no lo comas,
y la culebra se va!
Cuando terminó, se dejó caer al suelo. El sudor perlaba su frente y a mamá Drusila le temblaba la quijada y se le había puesto reseca la lengua.
-Y ¿qué podemos hacer, Negro Cantor?
-Cantar - le contestó, seguro de la eficacia de su conjuro. Y, tomando de nuevo la flauta, comenzó a congregar otra vez a las abejas en torno al hilo de miel de su melodía.
Fue incapaz mamá Drusila de arrancarle ninguna otra confesión, y casi segura de haber perdido para siempre a su negrito, volvió hacia su casa con la cabeza baja. El dolor en su pecho, ardiente como una zarzamora, le arañaba todas las fibras de su alma.



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